En las últimas semanas he tenido en un grupo A1 a un alumno
ruso que no ha dejado de sorprenderme desde la primera vez que entré en esa
clase. Este chico tiene una incontrolable atracción por todo lo que tiene que
ver con el mundo bélico. Ya en la primera clase, en una actividad en la que
tenían que describir un objeto para que los compañeros adivinasen de qué se
trataba, su palabra elegida fue chaleco antibalas. Mi sorpresa fue mayúscula,
porque, insisto, se trataba de un grupo de nivel inicial, donde apenas sabían
conjugar los verbos en presente. La riqueza de vocabulario bélico de este
alumno es impresionante: reclutar soldados, apuñalar, declarar la guerra… y lo
más impactante, en una actividad para practicar el imperativo donde debían
escribir las instrucciones para fabricar algo o realizar alguna acción, su
tarea se titulaba “instrucciones para realizar un explosivo plástico” y la
terminología que usó era prácticamente desconocida para mí.
Muchos pensaréis que os estoy describiendo a un psicópata,
pero pensad por un momento que su ámbito de interés y riqueza léxica hubiesen
sido otros: la moda, algún deporte específico… ¿Qué pensaríais en ese caso?
A mí lo que más me llama la atención de este chico es
precisamente que esa pasión que tiene por un tema específico es lo que le
motiva a estudiar español. Es el más atento en clase, el que muestra más
inquietudes y pone más interés, aunque todo lo lleve a su terreno y se reduzca
a la ampliación de conocimientos en esa temática, pero sirviéndose de todo lo
que está aprendiendo durante el proceso de adquisición de la lengua.
¿No es curioso como el léxico, y más concretamente el léxico
específico de un tema que te interesa por encima de los demás puede ser el
motor que te empuje a aprender y perfeccionar otra lengua? Yo creo que una gran
virtud y una característica deseable del estudiante de idiomas es la motivación,
sea por el motivo que sea, y desde luego a este chico no le falta. Sin lugar a
dudas, alumnos como este dejan huella.
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